ENTRENAR EL CUERPO Y HACER AMISTADES
Decilo Volando: caerse y volver a intentar
Todos los lunes ocho mujeres y tres hombres de distintas edades y ocupaciones, se reúnen en Alta Casa para disfrutar de la acrobacia.
por: María Trinidad Galarce
Al entrar a Alta Casa, bautizada así por la compañía de DECILO, todo era caras alegres. Las paredes de José Ingenieros 2730 estaban pintadas con garabatos de colores pasteles que invitaban a pasar. Decilo Volando es solo una parte de lo que conforma DECILO, entidad que está integrada por Decilo Bailando, Cantando y Volando, y que busca combinar arte, movimiento y sentido. Eran las 19 en punto del 23 de abril y todos los alumnos estaban en la sala para empezar la clase de acrobacia de Decilo Volando. Las telas de colores que colgaban del techo formaban sonrisas, y la luz blanca resplandeciente le daba el toque de santuario. Adentro la rutina no existía, los prejuicios se volvían absurdos y el compañerismo reinaba como valor supremo. “Es un cable a tierra porque me olvido de todo y estoy realmente acá”, contaba Lucía Braglia, alumna antigua del grupo.
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Los alumnos andaban descalzos y estaban vestidos con ropa cómoda: jogging, calzas y remeras sueltas. A los costados de la sala yacían unas colchonetas gruesas que los acróbatas miraban con ganas, y un gran espejo ocupaba toda la pared en donde las mujeres se miraban de reojo. Las edades de los participantes eran variadas; el más chico tenía 14 años y el más grande 26, pero dentro del salón esta diferencia se pasaba por alto.
La música comenzó a sonar y los cuerpos se empezaron a mover. Una alumna hizo un truco fallido y terminó riendo en el piso. “La semana pasada me salía bien”, aseguraba. Pero de eso se trataba; fallar y volver a intentar. La profesora propuso un juego que requería dejar la vergüenza de lado y luego siguió la entrada en calor. La acrobacia es una disciplina artística y deportiva que implica equilibrio, agilidad, fuerza y coordinación, y para esto es indispensable precalentar el cuerpo y elongar. La elongación consistió en una rutina que se repitió tres veces. Primero la mostró la profesora, Rosario Caivano, de unos 25 años y de contextura pequeña, y luego la copiaron los alumnos.
Pasados unos 30 minutos, Rosario Caivano propuso hacer resistencia de verticales. El ejercicio era de a parejas y se basaba en hacer una vertical y aguantar tres minutos en esa posición, mientras que el otro compañero sostenía las piernas solo si veía que se caían. La dinámica iba acompañada por frases de aliento de aquellos que sostenían las piernas de sus amigos. Luego le siguió otro entrenamiento que consistía en pararse arriba de los cuádriceps de los tres hombres del grupo. Las mujeres iban pasando en fila pidiéndole disculpas entre risas a los hombres por su peso, y todos ponían lo mejor de sí para que funcionara. Así, los cuerpos se iban despegando cada vez más del piso mientras la dificultad de los desafíos incrementaba. “Me encontré con esta nueva onda de volar y me encantó”, admite Bianca Santana, alumna de Decilo Volando.
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Los minutos parecían segundos dentro de la sala. Eran las 20 cuando la profesora indicó a los chicos a que agarraran las colchonetas de los costados para practicar los rolls. Los rostros brillaban de entusiasmo mientras formaban filas a lo largo de todo el salón con este nuevo instrumento. Los alumnos habían esperado con ansias esta práctica, tanto por la adrenalina que suponía como por su dificultad. Pasaban de a uno mientras Rosario Caivano iba corrigiendo los errores y todos festejaban los aciertos.
Así, se hicieron las 20.30 y si no hubiese sido porque la profesora agarró su celular para cambiar de canción, nadie se hubiera dado cuenta de que estaban llegando al final de la clase. “Cinco minutos más”, pedían. Hicieron un par de rolls más y comenzaron a guardar las colchonetas. Nadie se quería ir, pero sabían que tendrían más oportunidades para mejorar aquello que no les había salido. Se abrazaron, se saludaron y se dijeron: “Hasta el próximo lunes”.
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